domingo, 20 de junio de 2010

Sociedad Secreta en el Siglo XXI Parte I

Desde siempre la francmasonería ha recibido el estigma de ser una sociedad secreta, y ello ha contribuido a dificultar su proceso de inserción en la sociedad moderna, pues al hombre contemporáneo le resulta difícil aceptar que en pleno siglo XXI y a la luz de los avances de la ciencia, existan aún individuos afectos a ocultar sus acciones cualesquiera que éstas sean. Pero se olvida que muchas organizaciones modernas pueden recibir el mismo encomio de ser calificadas como sociedades secretas. Este es el caso de los organismos eclesiásticos y de muchos otros. El Colegio Cardenalicio, por ejemplo, sesiona en secreto y por eso se denomina «cónclave», es decir, bajo llave. Los Caballeros de Colón nacieron como un remedo de la francmasonería templaria del Rito de York y con la finalidad de agrupar a los ciudadanos católicos de los Estados Unidos que exitosamente preferían la francmasonería como medio de asociación, y es así como sus uniformes y sistema de organización son un símil o un burdo remedo de los usados en las comandancias templarias de ese importante Rito de la francmasonería.

Muchos grupos de la iglesia católica trabajan bajo consignas de ocultamiento de sus designios y algunos de ellos representan intereses económicos, financieros, empresariales y políticos muy fuertes y altamente cuestionables desde el punto de vista de la ética y la doctrina cristianas, como es el caso del Opus Dei o bien los Legionarios de Cristo, que en muchos países representan a las élites económicas y financieras del país. El propio cristianismo primitivo, durante los tiempos de persecución romana, tuvo que reunirse en sigilo para evitar las acciones enconadas de los emperadores que veían en la nueva religión una fuerte amenaza a la estabilidad política del imperio. Los grupos empresariales privados, por su parte, ejercen su derecho a la secrecía y sus juntas de accionistas sesionan bajo la más absoluta privacidad comprometiendo a sus miembros a guardar el sigilo y la prudencia necesarios, pues muchas de sus decisiones estratégicas podrían comprometer la seguridad de la empresa o su cotización en la bolsa de valores si son reveladas y hechas del conocimiento de sus competidores.
Los gobiernos tampoco quedan exentos de la necesidad de sesionar bajo la más absoluta confidencia en aquellos asuntos que por su naturaleza pudieran comprometer la seguridad del estado o la de los propios ciudadanos. Muchas decisiones importantes, incluso en el seno de las familias, se verían comprometidas ante terceros o ante sus propios miembros si no se obligan sus actores a guardar la reserva y circunspección requeridas. Así las cosas, no es posible asegurar que el secreto no sea necesario y útil a los grupos humanos y jamás ha sido privativo de las sociedades u organizaciones tenebrosas que en el pasado pusieron en jaque a la iglesia y al estado. Tampoco me parece una maldad el hecho de que alguna asociación tenga asuntos que solo los interesados o sus miembros o socios estén llamados a conocer en exclusividad. Podemos observar que la discreción es y ha sido necesaria en todo tiempo y lugar, lo mismo en la guerra que en el amor, y me resulta a todas luces inexplicable que haya en los tiempos actuales quién se atreva a denostar; aquéllas asociaciones que tienen entre sus principios la necesidad del sigilo, como si éste fuera privativo de las sociedades secretas.

Las sociedades secretas han surgido en todas las épocas y lugares de la tierra, en todas las civilizaciones y en todas las culturas, aunque con diferentes fines. Las ha habido para custodiar y transmitir conocimientos esotéricos que la tradición iniciática ha considerado reservados solo para quiénes han sabido superar ciertas limitaciones del espíritu y del alma, de la mente y la materia, y que en consecuencia se consideran confiables para poseerlos. Sin embargo, otras cofradías han sido fundadas exclusivamente para prodigar la fraternidad y los buenos afectos entre el linaje humano. Las ha habido para cultivar las artes, la filosofía, la intelectualidad y activar las facultades superiores del hombre. Las hubo también surgidas para promover e imponer la justicia y contrarrestar las arbitrariedades de los poderosos y prepotentes, y también las hubo para cometer iniquidades y en la oscuridad consumar crímenes incalificables.

Así, las sociedades secretas pueden clasificarse de muy diversa manera, pero es posible pensar en iniciáticas o espiritualistas, políticas, fraternales, culturales, justicieras y criminales. Es claro que entre las sociedades iniciáticas y las restantes existen marcadas y sustanciales diferencias. Las sociedades iniciáticas son muy diferentes al resto, excepto en que también son afines a conservar en secreto algunas de sus actividades, pero no necesariamente viven por ello ocultas ni mucho menos en la marginalidad social.

Ninguna sociedad iniciática debe procurar el poder político ni sus miembros ostentarse en la comunidad como sus integrantes, pues no está entre sus objetivos el relacionismo público, aunque tampoco el ocultamiento pertinaz. Esta es una característica de los grupos que se forman para cultivar las facultades más sublimes del hombre, aptitudes que se hallan ocultas en su interior, y que es posible aflorar por medio del trabajo iniciático. Esta tarea es propia de los grupos que se congregan en torno al espíritu de la iniciación y que por esa razón logran subsistir en el tiempo por los siglos de los siglos, porque sus afanes son, a fin de cuentas, la emancipación de la humanidad. En cambio, las sociedades impulsadas por fines políticos a menudo son temporales y coyunturales, esto es, nacen y desaparecen al vaivén de los tiempos y de las circunstancias, y debido a ello las sociedades que los abanderan viven también su suerte y los individuos que las constituyen quedan por consiguiente atrapados en los intereses que se tejen al calor de los momentos.

Desde el punto de vista de la tradición iniciática conservada sabiamente por el esoterismo, se considera que existen ciertas verdades eternas que a lo largo de los siglos han sido custodiadas y enseñadas por los Grandes Iniciados con el propósito de perfeccionar al hombre y virtualmente mejorar la condición del género humano mediante su autonomía e independencia intelectual, espiritual y moral. A pesar de “la caída del hombre”, representada por el materialismo, el desentendimiento de las cosas del espíritu, y no obstante el odio, la ambición, la hipocresía, la maldad, el fanatismo y la perversidad que tipifican la sociedad contemporánea, industrial y materialista, estas verdades nunca se han perdido y tampoco se perderán mientras existan hombres y sociedades dispuestos a cultivar, preservar y perpetuar el Real Secreto. Que la piedra cúbica destile sangre y la palabra se encuentre perdida, son solo meras expresiones simbólicas que nos sirven para dramatizar con entusiasmo la gran búsqueda del hombre que le anima a caminar el sendero de la iniciación y a consagrar su vida al estudio y al conocimiento de los misterios de la naturaleza y del espíritu. Esto es lo que se quiere decir con “la búsqueda de la palabra” y en ello trabajan justamente las sociedades iniciáticas.
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Fuente: Mancocapac35.